miércoles, 7 de noviembre de 2012

“Never Mind The Bollocks”, la única joya de Sex Pistols


Félix Morriña

Todavía recuerdo las tremendas madrizas que se daban durante mi infancia las bandas rivales de los barrios donde crecí en las inmediaciones de los municipios de Tlalnepantla, Cuautitlán Izcalli y Tultitlán, estado de México. La banda sonora que siempre escuché a finales de la década de los años 70, mientras los punks mexicas y los neochichimecas se daban hasta con el codo, fue el contenido completo de “Never Mind The Bollocks. Here’s The Sex Pistols” (1977).
Supe hasta años después que se trataba de la mejor musicalización para un encuentro de guerreros para delimitar su territorio y cuidar de sus tesoros más preciados: sus mujeres, las “nacopunks”, las “hainas”, las nenas, las sudorosas, las reinas, las que daban, entonces, la vida por ti. Rememoro y brindo pleitesía a esas mujeres que cuidaron de mi persona cuando alguien quería sobrepasarse conmigo cuando por error, por inocencia y hasta por estupidez, pasaba la frontera de algún barrio al que ya no pertenecía en busca de alguna fémina, nueva presa o nuevo prospecto.
En otras ocasiones tuve que enfrentar al enemigo heredado y por supuesto terminaba en el hospital de La Quebrada-Lechería cantando ‘Holidays In The Sun’, pero completamente satisfecho de no haber defraudado a mi pandilla, a mi gente, a mi territorio. Las venganzas se hacían con el fondo de ‘Anarchy In The UK’ que escuchábamos en el carcamán de Felipe cuando ya teníamos 17 años de edad. No había sensación de satisfacción más grande que explotar en mi interior esa energía punk cuando brincoteaba antes de dar el primer golpe.
Nunca fui el mejor con los puños, pero la música de Sex Pistols me hacía vivir intensamente ese memorable momento. Cada golpe sonaba a ‘Bodies’, ‘Liar’, ‘Problems’ y ‘New York’, mi ciudad sueño en los años 80-90. Recuerdo los atuendos con estoperoles y ridículos gigantescos seguros en mis ropas desgastadas. Los estampados eran de bandas punks extranjeras y locales. Los peinados de colores y algunas veces parados a fuerza de gel o Wildroot. Usábamos calzado de gamuza, zapatos industriales o los naquísimos “Cascomvers” (vulcanizábamos esos tenis ahora usados por ñoños clasemedieros. Les colocábamos casquillos en la punta para las broncas de pandillas).
Las pesadas chamarras de piel o grueso cuero eran para evitar salir herido de las navajas que surcaban el aire y nuestros cuerpos al ritmo de una danza violenta acompañada de ‘No Fun’, ‘I Wanna Be Me’ y ‘EMI’. De tanto recordar, se agolpan los momentos sublimes, pero aún tengo presente la existencia de una pandilla que se llamaba “The Bollocks”, que sumaban en una enfrentamiento entre rural y suburbano a más de 50 cabrones punks. Todo el tiempo ponían a los Sex Pistols y pintarrajeaban sus cuatro calles con el nombre de la banda.
Si algo bueno tiene esta historia, es que todos éramos muy unidos. Nunca abandonabas a tu pandilla, aún a costa de la muerte. Éramos tribu, éramos raza de bronce, éramos gente en convivencia muégano. Lo éramos todo. Tuve la fortuna de sobrevivir para contar lo que en esa época pasaba y la música que escuchábamos entre desnutrido ganado, perros callejeros, calles empolvadas o de tepetate, lodo y fango en épocas de lluvia. Entre tantos músicos que nos acompañaron durante este crecimiento, nos gustaran tanto o nada, estaban las “Pistolas Sexuales” y su “Never Mind The Bollocks. Here’s The Sex Pistols”.
Por aquél entonces, el rock era nuestra mejor bandera y nos representaba dignamente. No había mejor música en mi grabadora portátil de esas que varios años después, el “Flanagan” de Héctor Suárez en el programa “¿Qué no pasa?” retomaría para recordarnos que la desfachatez tiene razón de existencia, y la mejor defensa era poner a ‘God Save The Queen’, ‘Seventeen’ y ‘Pretty Vacant’ en la grabadorzota, a diferencia del maestro actor Suárez que en el altavoz ponía a Michael Jackson. Claro, él ridiculizaba y enaltecía a los personajes, nosotros rendíamos tributo a la masturbación mental de las “Pistolas Sexuales”.
Cuando por fin alguien ilustrado en este México insulso pretérito prehispánico (sin ofender la apetecible idiosincrasia gastronómica nacional, sino un atrevimiento por el entonces escaso aprendizaje de los idiomas extranjeros), nos dijo que el concepto británico “Bollocks” se refería a huevos, tanates, testículos en español, nos pusimos felices de que esa música punk sí registraba nuestra rebelde conducta. Conforme pasaron los años, fuimos descubriendo el contenido lírico de ese memorable disco de los Sex Pistols, al grado de volver a conseguirlo, pero ahora en una edición especial de lujo en disco compacto con todo y cuadernillo con fotos y anécdotas de la época.
Como verán este disco me trae recuerdos de una etapa en mi vida, fundamental para marcar la defensa de lo propio, de aferrarse a lo que uno es y piensa. De la mentalidad de sobrevivencia. En esos años, la intención era morir rápido, vivir intensamente, olvidarte de los valores, porque había mucho desempleo en el mundo (todavía existe el cuento de nunca acabar) y la vida no valía nada (José Alfredo Jiménez, cuanto te agradecemos mi generación esa canción sin ser punk). Nada tenía razón, ni justificación. Era ideología punk. Miren, cómo evolucionan las cosas. Miren cómo uno continúa pegado al teclado para contar historias.
“¡Dios salve a la reina! Que vivan los Sex Pistols”.

fmorrina@yahoo.com.mx
Twitter: @fmorrina

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