Félix Morriña
Todavía
recuerdo las tremendas madrizas que se daban durante mi infancia las bandas
rivales de los barrios donde crecí en las inmediaciones de los municipios de
Tlalnepantla, Cuautitlán Izcalli y Tultitlán, estado de México. La banda sonora
que siempre escuché a finales de la década de los años 70, mientras los punks
mexicas y los neochichimecas se daban hasta con el codo, fue el contenido
completo de “Never Mind The Bollocks. Here’s The Sex Pistols” (1977).
Supe
hasta años después que se trataba de la mejor musicalización para un encuentro
de guerreros para delimitar su territorio y cuidar de sus tesoros más
preciados: sus mujeres, las “nacopunks”, las “hainas”, las nenas, las
sudorosas, las reinas, las que daban, entonces, la vida por ti. Rememoro y
brindo pleitesía a esas mujeres que cuidaron de mi persona cuando alguien
quería sobrepasarse conmigo cuando por error, por inocencia y hasta por
estupidez, pasaba la frontera de algún barrio al que ya no pertenecía en busca
de alguna fémina, nueva presa o nuevo prospecto.
En
otras ocasiones tuve que enfrentar al enemigo heredado y por supuesto terminaba
en el hospital de La Quebrada-Lechería cantando ‘Holidays In The Sun’, pero
completamente satisfecho de no haber defraudado a mi pandilla, a mi gente, a mi
territorio. Las venganzas se hacían con el fondo de ‘Anarchy In The UK’ que
escuchábamos en el carcamán de Felipe cuando ya teníamos 17 años de edad. No
había sensación de satisfacción más grande que explotar en mi interior esa
energía punk cuando brincoteaba antes de dar el primer golpe.
Nunca
fui el mejor con los puños, pero la música de Sex Pistols me hacía vivir
intensamente ese memorable momento. Cada golpe sonaba a ‘Bodies’, ‘Liar’, ‘Problems’
y ‘New York’, mi ciudad sueño en los años 80-90. Recuerdo los atuendos con
estoperoles y ridículos gigantescos seguros en mis ropas desgastadas. Los estampados
eran de bandas punks extranjeras y locales. Los peinados de colores y algunas
veces parados a fuerza de gel o Wildroot. Usábamos calzado de gamuza, zapatos
industriales o los naquísimos “Cascomvers” (vulcanizábamos esos tenis ahora usados
por ñoños clasemedieros. Les colocábamos casquillos en la punta para las
broncas de pandillas).
Las
pesadas chamarras de piel o grueso cuero eran para evitar salir herido de las
navajas que surcaban el aire y nuestros cuerpos al ritmo de una danza violenta acompañada
de ‘No Fun’, ‘I Wanna Be Me’ y ‘EMI’. De tanto recordar, se agolpan los
momentos sublimes, pero aún tengo presente la existencia de una pandilla que se
llamaba “The Bollocks”, que sumaban en una enfrentamiento entre rural y suburbano
a más de 50 cabrones punks. Todo el tiempo ponían a los Sex Pistols y
pintarrajeaban sus cuatro calles con el nombre de la banda.
Si
algo bueno tiene esta historia, es que todos éramos muy unidos. Nunca
abandonabas a tu pandilla, aún a costa de la muerte. Éramos tribu, éramos raza
de bronce, éramos gente en convivencia muégano. Lo éramos todo. Tuve la fortuna
de sobrevivir para contar lo que en esa época pasaba y la música que escuchábamos
entre desnutrido ganado, perros callejeros, calles empolvadas o de tepetate,
lodo y fango en épocas de lluvia. Entre tantos músicos que nos acompañaron
durante este crecimiento, nos gustaran tanto o nada, estaban las “Pistolas
Sexuales” y su “Never Mind The Bollocks. Here’s The Sex Pistols”.
Por
aquél entonces, el rock era nuestra mejor bandera y nos representaba dignamente.
No había mejor música en mi grabadora portátil de esas que varios años después,
el “Flanagan” de Héctor Suárez en el programa “¿Qué no pasa?” retomaría para recordarnos
que la desfachatez tiene razón de existencia, y la mejor defensa era poner a ‘God
Save The Queen’, ‘Seventeen’ y ‘Pretty Vacant’ en la grabadorzota, a diferencia
del maestro actor Suárez que en el altavoz ponía a Michael Jackson. Claro, él
ridiculizaba y enaltecía a los personajes, nosotros rendíamos tributo a la
masturbación mental de las “Pistolas Sexuales”.
Cuando
por fin alguien ilustrado en este México insulso pretérito prehispánico (sin
ofender la apetecible idiosincrasia gastronómica nacional, sino un atrevimiento
por el entonces escaso aprendizaje de los idiomas extranjeros), nos dijo que el
concepto británico “Bollocks” se refería a huevos, tanates, testículos en
español, nos pusimos felices de que esa música punk sí registraba nuestra rebelde
conducta. Conforme pasaron los años, fuimos descubriendo el contenido lírico de
ese memorable disco de los Sex Pistols, al grado de volver a conseguirlo, pero
ahora en una edición especial de lujo en disco compacto con todo y cuadernillo
con fotos y anécdotas de la época.
Como
verán este disco me trae recuerdos de una etapa en mi vida, fundamental para
marcar la defensa de lo propio, de aferrarse a lo que uno es y piensa. De la
mentalidad de sobrevivencia. En esos años, la intención era morir rápido, vivir
intensamente, olvidarte de los valores, porque había mucho desempleo en el
mundo (todavía existe el cuento de nunca acabar) y la vida no valía nada (José
Alfredo Jiménez, cuanto te agradecemos mi generación esa canción sin ser punk).
Nada tenía razón, ni justificación. Era ideología punk. Miren, cómo evolucionan
las cosas. Miren cómo uno continúa pegado al teclado para contar historias.
“¡Dios
salve a la reina! Que vivan los Sex Pistols”.
fmorrina@yahoo.com.mx
Twitter:
@fmorrina
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