martes, 4 de septiembre de 2012

"La muerte de un poeta", la visión literaria y amorosa de Federico García Lorca, según Paul Morrison


Félix Morriña

Lo fusilaron un 19 de agosto de 1936. Se llevó entre sus piernas, el amor del maestro artista Salvador Dalí y de un joven de 19 años, nombrado Rafael Rodríguez Rapún, quien dícese se llevó, a su vez, los sonetos de amor oscuros. Todos sabían la historia, pero nadie la confirma, ni habla de ello, si sus versos yacen presente oportuno. Lo importante es que si eso le llama la atención querido lector, usted deberá ver también Lorca, muerte de un poeta, la miniserie española de 1987 dirigida por Juan Antonio Bardem. Ese “docudrama” utiliza materiales fidedignos sobre el activismo político de nuestro amado Federico García Lorca, gustoso del paredón que le vio nacer y morir.
            No es fácil poner en labios de otro tal escritura, mucho menos si la idiosincrasia es nula. Para cuando se analice el proceder de Lorca en la España de Franco, nosotros estaremos viendo un nuevo régimen político social, tan novelesco que ni siquiera los versos de alguien como Lorca salven. La cinta de Paul Morrison, La muerte de un poeta (1999, editada recién en DVD para disfrutarse abiertamente) nos sitúa en los avatares amorosos de Salvador Dalí (encarnado en el atractivo Robert Pattinson) y Federico García Lorca (caracterizado genuinamente en Javier Beltrán), auspiciados incómodamente por el siempre machista Luis Buñuel (enraizado en Matthew McNulty).
            Buñuel, siempre arisco, jamás habló abiertamente de lo sucedido, pero respetó lo que dijo antes de morir Dalí sobre lo vivido. Todos sabíamos que eso era parte de la vida en crecimiento y nunca la traición verbal llegaría a ser lamentable. El filme data de ello, al grado de ser materia documental de certidumbres y abismos. La muerte de un poeta desde su nombre refiere, una y otra vez, al discreto encanto de lo ajeno, de lo sublime, de lo oscuro para entonces. La película es una oda a la belleza, al grado de que los “ordinarios” dejemos la bandera de la hipocresía.
            Ver a Dalí en los años 20 del siglo pasado con unas botitas negras con alitas, peinado a la Siouxsie and The Banshees, con todo y redondez por la nunca nuca, pintando cubismo ante los ojos de su protector literario, no es cosa fácil. De los tres (Dalí-Lorca-Buñuel) no era fácil entender la existencia (pese a tener como referencia a Bowie-Reed-Pop a los 30 años de vida en México, lo cual delimitó mi existencia), porque había textos, intertextos y sabiduría del corpus más que otros en libros. La poesía era arrolladora, directa y sabia, como la de Neruda, con todo y exageraciones descriptivas.
            La película tiene sus caídas, tiene sus exageraciones, tiene sus bemoles, pero bien sirve para los nóveles aprendices, pero jamás para homosexuales asumidos; para ellos, tiene todas las carencias físicas y morales. No es asunto mío delimitarlas en este espacio, porque las desconozco todas, pero sí diré las que me constan: Producto redondo, literario, mordaz, sagaz y genuino. La mejor escena de Dalí en brazos de Lorca, y viceversa, es en la laguna con luz de luna, lo demás, es gol de media cancha, lo cual casi nunca sucede.
            Seguro habrá otros que mejoren las jugadas, como lo hacen cotidianamente Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, a mi me toca recomendar literatura de alto nivel y esta fue mi oportunidad. Veánla. ¡Gracias!

fmorrinayahoo.com.mx
Twitter: fmorrina

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