Félix
Morriña
Lo
fusilaron un 19 de agosto de 1936. Se llevó entre sus piernas, el amor del
maestro artista Salvador Dalí y de un joven de 19 años, nombrado Rafael
Rodríguez Rapún, quien dícese se llevó, a su vez, los sonetos de amor oscuros.
Todos sabían la historia, pero nadie la confirma, ni habla de ello, si sus
versos yacen presente oportuno. Lo importante es que si eso le llama la
atención querido lector, usted deberá ver también Lorca, muerte de un poeta, la miniserie española de 1987 dirigida
por Juan Antonio Bardem. Ese “docudrama” utiliza materiales fidedignos sobre el
activismo político de nuestro amado Federico García Lorca, gustoso del paredón
que le vio nacer y morir.
No es fácil poner en labios de otro
tal escritura, mucho menos si la idiosincrasia es nula. Para cuando se analice
el proceder de Lorca en la España de Franco, nosotros estaremos viendo un nuevo
régimen político social, tan novelesco que ni siquiera los versos de alguien
como Lorca salven. La cinta de Paul Morrison, La muerte de un poeta (1999, editada recién en DVD para disfrutarse
abiertamente) nos sitúa en los avatares amorosos de Salvador Dalí (encarnado en
el atractivo Robert Pattinson) y Federico García Lorca (caracterizado genuinamente
en Javier Beltrán), auspiciados incómodamente por el siempre machista Luis
Buñuel (enraizado en Matthew McNulty).
Buñuel, siempre arisco, jamás habló
abiertamente de lo sucedido, pero respetó lo que dijo antes de morir Dalí sobre
lo vivido. Todos sabíamos que eso era parte de la vida en crecimiento y nunca
la traición verbal llegaría a ser lamentable. El filme data de ello, al grado
de ser materia documental de certidumbres y abismos. La muerte de un poeta desde su nombre refiere, una y otra vez, al
discreto encanto de lo ajeno, de lo sublime, de lo oscuro para entonces. La
película es una oda a la belleza, al grado de que los “ordinarios” dejemos la
bandera de la hipocresía.
Ver a Dalí en los años 20 del siglo
pasado con unas botitas negras con alitas, peinado a la Siouxsie and The
Banshees, con todo y redondez por la nunca nuca, pintando cubismo ante los ojos
de su protector literario, no es cosa fácil. De los tres (Dalí-Lorca-Buñuel) no
era fácil entender la existencia (pese a tener como referencia a Bowie-Reed-Pop
a los 30 años de vida en México, lo cual delimitó mi existencia), porque había
textos, intertextos y sabiduría del corpus
más que otros en libros. La poesía era arrolladora, directa y sabia, como la de
Neruda, con todo y exageraciones descriptivas.
La película tiene sus caídas, tiene
sus exageraciones, tiene sus bemoles, pero bien sirve para los nóveles
aprendices, pero jamás para homosexuales asumidos; para ellos, tiene todas las
carencias físicas y morales. No es asunto mío delimitarlas en este espacio,
porque las desconozco todas, pero sí diré las que me constan: Producto redondo,
literario, mordaz, sagaz y genuino. La mejor escena de Dalí en brazos de Lorca,
y viceversa, es en la laguna con luz de luna, lo demás, es gol de media cancha,
lo cual casi nunca sucede.
Seguro habrá otros que mejoren las
jugadas, como lo hacen cotidianamente Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, a mi me
toca recomendar literatura de alto nivel y esta fue mi oportunidad. Veánla. ¡Gracias!
fmorrinayahoo.com.mx
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fmorrina
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