Félix Morriña
A Luis Recillas
Enecoiz, Pedro Salvador Ale
y Hermann List
Eguiluz, por sus múltiples enseñanzas
La
verdadera comunidad intelectual estadounidense no es para nada complaciente. Es
muy crítica, antisolemne y sobre todo constructiva, como lo constata el filme
independiente de Michael Schroeder, Man
In The Chair (titulada acertadamente en México como Nunca es demasiado tarde), en donde plantea que los Estados Unidos
es el principal país del mundo donde se maltrata más a las personas de la
tercera edad, pertenezcan éstas a cualquier clase social o hayan desempeñado
cualquier tipo de labores, sin importar que en su momento hayan sido estrellas
o trabajadores del séptimo arte u obreros de la cadena reproductiva.
En la Unión Americana ,
lo que importa es lo que sirve en la inmediatez, lo del consumo rápido, lo que
deja; por tanto, lo viejo es pasado, inútil y desechable. En la cinta de Schroeder
se manifiesta abiertamente esa gran falla del sistema sociopolítico
estadounidense de una manera en la que además se hace un sentido homenaje al
cine dentro del cine, porque durante la trama de Man In The Chair hay un rodaje de documental sobre el maltrato
hacia los ancianos, dirigido por un jovenzuelo estudiante de cine
(personificado por el actor Michael Angarano).
En la película se hace hincapié a que Estados
Unido abandona a sus ancianos de una manera estúpida, cuando en países en vías
de desarrollo, como México y Sudáfrica (con todo y sus altibajos sobre el tema),
son considerados un ejemplo a seguir por su experiencia y son considerados
baluartes de la sociedad. El título en español, Nunca es demasiado tarde, hace referencia precisamente a reescribir
la historia de estos viejos sabios, máxime si todos son ancianos que sirvieron
al séptimo arte.
La película es una oda al cine en blanco y
negro, es un homenaje a todos los trabajadores de la industria cinematográfica,
que son tan importantes el que vende los boletos en taquilla, como el director
y los actores estrella; por lo que ver a ancianos maestros actuar para un
documental que narra los abusos a los que han sido expuestos, la hace una
verdadera obra maestra. Plausible el trabajo de Michael Schroeder al conseguir
a todo el elenco que representa cada uno su propia historia en la pantalla
grande, aunque usted amable lector puede conseguir este filme en formato DVD en
cualquier tienda distribuidora que se respete. Es más, la independiente Outsider
Pictures no se enojaría si la baja por Internet.
El personaje central de la película,
es el amargado, alcohólico y cretino Glenn Flash
Madden (caracterizado por el veterano y genial actor canadiense, ganador del
Oscar, varios premios Emmy, Globo de Oro y premio Tony, Christopher Plummer),
quien pone sobre la mesa esta situación, porque la vive en carne propia a los
86 años de edad en un asilo para retirados del cine hollywoodense. Madden es el
único sobreviviente de los trabajadores de la producción de la película El ciudadano Kane del maestrazo Orson
Wells.
En esta película, Madden se desempeñaba como el
técnico electricista del rodaje de la mítica obra de Wells. El apodo de Flash se lo puso el propio Wells al
cometer un pequeño error técnico con una lámpara. La dura belleza con la que
trabaja esta escena Schroeder le hará sentir que ha valido la pena
desenmascarar el trabajo en el cine, que va mucho más allá del glamour y que
todo es un gran mito en Hollywood. No todo lo que brilla es oro. Tener éxito en
ese negocio cinematográfico cuesta hasta la vida.
Durante la trama de Nunca es demasiado tarde se plantea que
en los años del cine en blanco y negro, todo trabajador del séptimo arte debía
tener un gran bagaje de la cultura universal, la industria fílmica no permitía
que nadie fuera un simple ciudadano, aunque desempeñara trabajos menores,
porque debía entender a cabalidad al director de cine, el Man In The Chair, el director, el hombre de las decisiones
importantes. Ahora, cualquier mequetrefe se cree cineasta con tan sólo manejar
una camarita de cine en video y sus habilidades tecnológicas, sin tener
conocimiento mínimo de nada. Por eso es grande esta película del 2007 de
Michael Schroeder.
Hay tanto de qué hablar y aprender sobre
la película que mejor los invito a conseguirla y tirarse un rato al drama al
verla, porque tarde o temprano seremos tan viejos como los personajes de Man In The Chair si esta vida
vertiginosa nos lo permite. Yo me quedo con varias secuencias, entre ellas, la
de Flash Madden liberando de manera
ilegal una camada de perros callejeros durante una noche en un parque, porque
no soportaba la idea de que al día siguiente los mataran porque no tenían dueño
que les cuidara.
Otra secuencia, la más bukowskiana que he
disfrutado y vivido en mi existencia, la de estar hasta la madre de borracho en
un cine y joder a la audiencia por considerarla pendeja e ignorante. Pero no ha
sido cualquier sala de cine, sino la vieja Cineteca Nacional. También la de
aprenderse los diálogos de algunas películas bebiendo whisky a medio día, sin
importar a qué hora debía entregar mis notas periodísticas a los medios nacionales
en los que entonces trabajaba.
Gracias Glenn Flash Madden (o debiera decir, muchas gracias maestro Christopher
Plummer) por recordarme esos episodios dantescos, pero que reafirmaron mi
idiosincrasia, mi proceder en la vida y valer mis convicciones, tal y como tú
lo hiciste para este filme. ¡Nunca es
demasiado tarde, salud!
fmorrina@yahoo.com.mx
Twitter: @fmorrina
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