jueves, 13 de septiembre de 2012

"Nunca es demasiado tarde", homenaje de Michael Schroeder a los veteranos del séptimo arte


Félix Morriña


A Luis Recillas Enecoiz, Pedro Salvador Ale
y Hermann List Eguiluz, por sus múltiples enseñanzas

La verdadera comunidad intelectual estadounidense no es para nada complaciente. Es muy crítica, antisolemne y sobre todo constructiva, como lo constata el filme independiente de Michael Schroeder, Man In The Chair (titulada acertadamente en México como Nunca es demasiado tarde), en donde plantea que los Estados Unidos es el principal país del mundo donde se maltrata más a las personas de la tercera edad, pertenezcan éstas a cualquier clase social o hayan desempeñado cualquier tipo de labores, sin importar que en su momento hayan sido estrellas o trabajadores del séptimo arte u obreros de la cadena reproductiva.
En la Unión Americana, lo que importa es lo que sirve en la inmediatez, lo del consumo rápido, lo que deja; por tanto, lo viejo es pasado, inútil y desechable. En la cinta de Schroeder se manifiesta abiertamente esa gran falla del sistema sociopolítico estadounidense de una manera en la que además se hace un sentido homenaje al cine dentro del cine, porque durante la trama de Man In The Chair hay un rodaje de documental sobre el maltrato hacia los ancianos, dirigido por un jovenzuelo estudiante de cine (personificado por el actor Michael Angarano).
En la película se hace hincapié a que Estados Unido abandona a sus ancianos de una manera estúpida, cuando en países en vías de desarrollo, como México y Sudáfrica (con todo y sus altibajos sobre el tema), son considerados un ejemplo a seguir por su experiencia y son considerados baluartes de la sociedad. El título en español, Nunca es demasiado tarde, hace referencia precisamente a reescribir la historia de estos viejos sabios, máxime si todos son ancianos que sirvieron al séptimo arte.
La película es una oda al cine en blanco y negro, es un homenaje a todos los trabajadores de la industria cinematográfica, que son tan importantes el que vende los boletos en taquilla, como el director y los actores estrella; por lo que ver a ancianos maestros actuar para un documental que narra los abusos a los que han sido expuestos, la hace una verdadera obra maestra. Plausible el trabajo de Michael Schroeder al conseguir a todo el elenco que representa cada uno su propia historia en la pantalla grande, aunque usted amable lector puede conseguir este filme en formato DVD en cualquier tienda distribuidora que se respete. Es más, la independiente Outsider Pictures no se enojaría si la baja por Internet.
            El personaje central de la película, es el amargado, alcohólico y cretino Glenn Flash Madden (caracterizado por el veterano y genial actor canadiense, ganador del Oscar, varios premios Emmy, Globo de Oro y premio Tony, Christopher Plummer), quien pone sobre la mesa esta situación, porque la vive en carne propia a los 86 años de edad en un asilo para retirados del cine hollywoodense. Madden es el único sobreviviente de los trabajadores de la producción de la película El ciudadano Kane del maestrazo Orson Wells.
En esta película, Madden se desempeñaba como el técnico electricista del rodaje de la mítica obra de Wells. El apodo de Flash se lo puso el propio Wells al cometer un pequeño error técnico con una lámpara. La dura belleza con la que trabaja esta escena Schroeder le hará sentir que ha valido la pena desenmascarar el trabajo en el cine, que va mucho más allá del glamour y que todo es un gran mito en Hollywood. No todo lo que brilla es oro. Tener éxito en ese negocio cinematográfico cuesta hasta la vida.
            Durante la trama de Nunca es demasiado tarde se plantea que en los años del cine en blanco y negro, todo trabajador del séptimo arte debía tener un gran bagaje de la cultura universal, la industria fílmica no permitía que nadie fuera un simple ciudadano, aunque desempeñara trabajos menores, porque debía entender a cabalidad al director de cine, el Man In The Chair, el director, el hombre de las decisiones importantes. Ahora, cualquier mequetrefe se cree cineasta con tan sólo manejar una camarita de cine en video y sus habilidades tecnológicas, sin tener conocimiento mínimo de nada. Por eso es grande esta película del 2007 de Michael Schroeder.
            Hay tanto de qué hablar y aprender sobre la película que mejor los invito a conseguirla y tirarse un rato al drama al verla, porque tarde o temprano seremos tan viejos como los personajes de Man In The Chair si esta vida vertiginosa nos lo permite. Yo me quedo con varias secuencias, entre ellas, la de Flash Madden liberando de manera ilegal una camada de perros callejeros durante una noche en un parque, porque no soportaba la idea de que al día siguiente los mataran porque no tenían dueño que les cuidara.
Otra secuencia, la más bukowskiana que he disfrutado y vivido en mi existencia, la de estar hasta la madre de borracho en un cine y joder a la audiencia por considerarla pendeja e ignorante. Pero no ha sido cualquier sala de cine, sino la vieja Cineteca Nacional. También la de aprenderse los diálogos de algunas películas bebiendo whisky a medio día, sin importar a qué hora debía entregar mis notas periodísticas a los medios nacionales en los que entonces trabajaba.
Gracias Glenn Flash Madden (o debiera decir, muchas gracias maestro Christopher Plummer) por recordarme esos episodios dantescos, pero que reafirmaron mi idiosincrasia, mi proceder en la vida y valer mis convicciones, tal y como tú lo hiciste para este filme. ¡Nunca es demasiado tarde, salud!

fmorrina@yahoo.com.mx
Twitter: @fmorrina

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