martes, 24 de julio de 2012

Tertulia homenaje a Guillermo Fernández García en el Centro Larrañaga


Félix Morriña

El motivo por el cual de nueva cuenta estamos hablando de Guillermo Fernández García (Jalisco, México, 1932-Toluca, México, 2012), es porque este miércoles 25 de julio en punto de las 20 horas se rendirá un sentido homenaje en el Centro de la Imagen Larrañaga (Rayón Sur 417, Col. Cuauhtémoc, Toluca centro, casi esquina con Juan Álvarez, a una cuadra de Rectoría), el cual funge como centro cultural cada 15 días y en esta ocasión habrá pintura, fotografía, música y poesía, organizado por los hermanos fotógrafos Larrañaga y La Morada Itinerante. En esta tertulia participarán, entre otros, Pasión Escarlata, Miguel Jaimes García, Jorge Manuel Herrera y Rocco Almanza. El acceso es de cooperación voluntaria para la degustación de bebidas y alimentos varios.
            Para los que no tengan un referente sobre el quehacer del poeta, ensayista, traductor y editor, a continuación una semblanza de su vida y obra, pero antes debo exigir desde este espacio a las autoridades del gobierno del estado de México, en especial al mandatario Eruviel Ávila Villegas y al procurador mexiquense, Alfredo Castillo Cervantes, que esclarezcan el asesinato del poeta, ultimado el 31 de marzo del presente año en su domicilio de la colonia Científicos, de la capital del estado. Han pasado ya cuatro meses sin que se sepa qué pasó. La comunidad intelectual, y la sociedad en general, siguen esperando respuestas.
Guillermo Fernández García fue de los pocos mexicanos traductores del italiano activos por más de tres décadas. Considerado entre los lingüistas, académicos y la clase intelectual nacional como de los más importantes. La honestidad que dan los años, lo hacen ver como un ente sencillo y afable, pero no por ello el menos aguerrido amante de la narrativa, la poesía y la buena música. Fue ganador del Premio Jalisco de Literatura. Publicó Visitaciones (1964), La palabra a solas (1965), La hora y el sitio (1973), Antología poética (1981), El reino de los ojos (1983), Bajo llave (1983), El asidero en la zozobra (1983), La flor avara (1989), Imágenes para una piedad (1991) y Exutorio (1991).
            La traducción de textos literarios, decía el maestro, está relacionada con la tradición de acceder a las expresiones artísticas de culturas que hablan idiomas y lenguajes distintos al nuestro. Es un ejercicio necesario para profundizar en los giros y estructuras de la lengua materna de los traducidos. Él ha encontrado de parte de los ítalos reconocimiento indiferente como resentimiento envidioso por su loable y ardua labor como traductor, pero de los lectores de habla hispana, ha recibido la posibilidad de sumergirlos en la maravillosa cultura de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Alberto Moravia, Elsa Morante, Cesare Pavese, Italo Svevo, Luigi Pirandello, Tommaso Landolfi, Natalia Ginzburg, Leonardo Sciascia, Italo Calvino y Antonio Tabucchi, entre muchos otros.
            Entre los libros traducidos por Guillermo Fernández están el Decameron de Giovanni Boccacio; de los aforismos y fragmentos –que son un Arte de la Política- de Francesco Guicciardini; de Los prometidos de Alessandro Francesco Tommaso Manzini; la novela imagen del Ottocento, de los cuentos cruel y tiernamente realistas del siciliano Vitaliano Brancati y de las nouvelles de Pirandello; así como la obra poética completa de Cesare Pavese y las antologías del cuento y de la poesía italianas de Mario Luzi.
            Fernández García vivió en Italia en varios periodos y en distintos espacios, desde conventos, la calle y espacios universitarios, en la década de los años setenta y ochenta hasta aprender el idioma, tal y como marcan los cánones de un traductor connotado y respetable por la academia. La primera vez que llegó al país de la bota fue en 1976, luego regresó en los años pares de 1978, 1980, 1982 y 1984. Pasaba un año y meses y regresaba a México por razones personales. Uno de sus principales mentores cuando niño, que le enseñó lo que significa la literatura, fue el ingeniero Luis Anguiano, durante su estancia en Paracho, Michoacán, en la década de los años cuarenta.
            Además de reconocido traductor del italiano, Guillermo Fernández fue secretario particular del poeta de la Generación de los Contemporáneos, Carlos Pellicer Cámara (1899-1977), con quien sostuvo una relación mucho más allá de lo laboral, porque el autor de Piedra de sacrificios, Ara Virginum, Subordinaciones, Reincidencias, entre otros libros de poemas, le ayudó a mejorar como ente creativo y en su forma de ver la vida.
            “Carlos Pellicer era chaparrón, muy fuerte con voz de hombre. Tenía un vozarrón que obligaba a quedarte quieto, callado. Lo conocí por Federico Salas Delgadillo, si mal no recuerdo en 1962, cuando tenía 30 años, una vez que lo acompañé a entregarle algunos recortes de periódicos y algunos poemas míos, muy viejos, a su casa de la calle Sierra Nevada 779 en las Lomas de Chapultepec. Todavía recuerdo el número telefónico: 200528.
            “En aquella época yo trabajaba en Prepa 6 y Pellicer me dio a leer mis poemas. Sin duda a mí me gustaba Federico García Lorca, por los romances que escribía y lo consideraba mi influencia en ese momento. Me puse rojo, no sé si de vergüenza o por las porras que me brindaba. Esa vez llegamos a las seis de la tarde y nos fuimos a las 12 de la noche. Nos invitó a cenar y a tomar chocolate al estilo tabasqueño, que es en jícaras ceñidas ahumadas por cierto tipo de materiales con cal y manteca de venado. Así lo tomaban los príncipes mayas.
            “Al salir, me dijo: ‘Profesor espero pronto una llamada telefónica suya. Mi número está en el directorio’. Pasó un mes sin que yo le llamara y entonces él lo hizo: ‘Profesor, me atrevo a hablarle porque usted no me ha hablado’. Desde que escuché la voz sabía que era Pellicer y lo único que pude hacer fue excusarme, a lo que no me dejó terminar para reclamarme: ‘¡Si yo le parezco poca cosa en esta vida, hace usted bien! Pero si usted cree que podemos ser amigos hábleme por favor, porque yo voy a seguir hablándole profesor’.
            “Desde entonces nos hicimos amigos hasta su muerte. Fue una amistad enriquecedora hasta que partió. Hay muchas cosas que jamás se sabrán de él, porque no las diré nunca. Hay otras tantas de las que quisiera hablar, pero no puedo contenerme. Algunas más, desearía poder decirlas ahora, pero los recuerdos me agobian. Debo descansar un poco... Mejor cambiamos de tema. Lo único que puedo agregar sobre Carlos Pellicer es que si algo de buena educación tengo, se la debo a él”, concluyó.
            ¡La cita a las 20 horas, no falten!

Twitter: @fmorrina

No hay comentarios:

Publicar un comentario