Félix Morriña
Llega
a mis manos en formato DVD el documental de Gibrán Bazán sobre la truculenta
historia del incendio de la Cineteca Nacional el 24 de marzo de 1982. Poco se
conoce sobre lo que ocurrió aquella tarde, por lo que resulta un documento
valioso para todos los interesados en saber qué se perdió y cómo fue abordado
este hecho tan lamentable por parte de las autoridades culturales de la época.
De entrada Gibrán Bazán nos presenta
un caso muy especial sobre lo sucedido en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
Sabíamos que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz grababa prácticamente todo en
película, que tenía a su cargo personal altamente capacitado y con tecnología
de punta, por lo que resulta vergonzante ver y escuchar al cineasta Servando
González decir que hizo sólo su trabajo al filmar horas y horas de la matanza a
la comunidad estudiantil de este país. Este tipo, hijo del sistema, dijo
entregar todo el material al Ejército y que no se quedó con nada. Toda la
película fue editada en los Estudios Churubusco y fuertemente custodiada por
soldados que nada sabían del séptimo arte, por lo que hubo cabos sueltos que
años más tarde saldrían a la luz pública.
No imagino la perversidad con la que
las autoridades de esos años se pasarían horas y horas viendo cómo ultimaban a
indefensos estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. No quiero ni pensar la
malicia con la que se planeó todo este ejercicio de poder. No puedo imaginar a
los líderes excitarse con tanta sangre y nunca haber sido castigados. Cuántos
de esos tipos viven en la ignominia, paseándose por las calles al lado de
nosotros, sus posibles víctimas.
Luego de este trauma fílmico, Gibrán
Bazán nos indica que todo este material se mandó a las bodegas de la Cineteca
Nacional y que se quemó con el incendio de 1982. Resultaba conveniente para las
autoridades de este país que se olvidaran de lo grabado, sólo así se limpiarían
las manos y todo pasaría al olvido. En este país pasar por alto las atrocidades
es un ejercicio continuo. En el documental de Bazán nos ofrece varias opciones
de lo sucedido, como el hecho oficial de que se trató de un accidente, en el
que se perdió parte de la memoria fílmica de esta nación, además de películas
valiosísimas. Al final, usted tiene la última palabra, pero yo no me trago en
cuento del accidente.
Las aportaciones de Jorge Ayala
Blanco, Nicolás Echevarría, Susana López Aranda, Alfredo Gurrola, Óscar
Menéndez, Humberto Campos, Juan Jiménez Patiño, Laura Gorham, Juan Muñoz
Ravelo, Cecilia Rascón y la narración de Daniel Giménez Cacho, fueron
importantes para la investigación de Gibrán Bazán y su equipo de colaboradores.
El resultado lo puede usted apreciar en los 92 minutos que dura esta producción
hecha por Harumy Villarreal con la fotografía de Ingmar Montes y la edición de
Francisco García. Sin duda se trata de un documental que usted querido lector
debe ver para no olvidar y no dejar de recordarnos que hay memoria histórica
que preservar.
Otra de las recomendaciones de esta
semana es la película británica, titulada en español “Albatros…una historia de
amor” (“Albatross”, nombre original de la cinta), que bien podría ser
clasificada en dos grandes géneros: drama y comedia, por los giros inesperados
en cada una de las escenas en las que fácilmente se puede transitar de la risa
a la tristeza. Dirigida por Niall MacCormick y escrita por Tamzin Rafn si bien
de bote pronto, el título no parece muy provocador cuando nos adentramos a la historia si lo es.
La
premisa de este filme gira en torno a una adolescente que aspira a ser
escritora, y una familia disfuncional que vive en la Costa Sur de Inglaterra,
quienes para solventar sus gastos tienen un hotel, lugar donde se desarrolla la
mayor parte de la historia, en la que Emilia Conan (Jessica Brown Findlay), la joven que
aspira a ser escritora , y quien por azares del destino encuentra trabajo como
camarera en este hotel, en el que es propietario Jonathan Fischer (Sebastian
Koch) un hombre atractivo y de edad madura, quien no ha tenido éxito
literario desde su primer novela.
Fischer
vive en el hotel con su esposa Joa (Julia Ormond)
y sus dos hijas, Beth de 17 y Posy de seis años de edad. Cotidianidad familiar
que los lleva a un tormentoso matrimonio, en el que Joa la esposa discute de
manera permanente con Jonathan, pues siente que no tendrá otro éxito literario
y ante ello la frustración de ella aumenta, y la estabilidad familiar se ve
amenazada constantemente.
Hasta
este momento la historia transcurre sin mayores sobresaltos, nada más allá de
la rutina hasta que en su primer día de trabajo Emilia descubre a Jonathan
masturbándose, y los lazos amorosos y de amistad pasan a otro nivel de
complicidad; después de este suceso la joven aspirante a escritora conoce a
Beth, la hija de este hombre que ha sido descubierto y quien planea estudiar
medicina en Oxford, quienes se convierten en amigas, y en un gesto de
amabilidad, por parte de Beth decide un buen día invitar a su nueva amiga a
cenar a la casa de sus padres, encuentro en el que Emelia revela que está
escribiendo una novela, situación que llevaría posteriormente a Jonathan a
ofrecerle de manera gratuita clases de escritura.
Las
lecciones que secretamente se llevarían a cabo, durante un tiempo en el que el
maduro escritor se siente atraído no sólo por la belleza física de Emelia, sino
también por su desfachatada forma de ser, hasta que bajo el lazo de un gusto
mutuo: la literatura se ven envueltos en una relación amorosa. Al mismo tiempo,
Emelia le ayuda a Beth a explorar la rebeldía propia de la adolescencia hasta
convertirse en mejores amigas. La aventura se complica entre la joven escritora
y Jonathan Fischer. Esta adolescente, sin duda, trae a la memoria a ese gran
personaje de Vladimir Nabok, “Lolita” por su manera de ser descarriada,
irreverente y provocadora. Es sin lugar
a dudas, una película que no puede dejar de ver, y que vale subrayar que fue
premiada en 2011 en el Festival Internacional de Cine de Edimburgo.
Twitter:
@fmorrina
No hay comentarios:
Publicar un comentario