domingo, 3 de julio de 2011

El maniqueísmo sonoro de la banda neoyorquina Interpol

Félix Morriña

Hace una semana se llevó a cabo el concierto de la banda neoyorquina Interpol en el Palacio de los Deportes, donde por espacio de hora y media tocó exactamente 20 canciones divididas en tres sets, el primero con 15 rolas, sólo interrumpidas con algunas intervenciones del cantante y guitarrista Paul Banks en muy buen español para dirigirse a los más de 15 mil asistentes al Domo de Cobre. Las otras cinco rolas fueron interpretadas en dos partes más para hacer dos despedidas bien planificadas y sin sorpresas.
            Cabe recordar que Interpol vino el año pasado al Corona Fest en donde fue una de las bandas que mejor repertorio ejecutaron y que llamaron la atención de miles de seguidores. En aquella ocasión, el grupo debió tocar su set por espacio de una hora y 15 minutos, pero Paul Banks y compañía, es decir, el baterista Sam Fogarino, el seis cuerdas y corista Daniel Kessler y el bajista Brad Truax se dejaron llevar por sus fanáticos, tocando media hora más entorpeciendo la presentación de Pixies en las pistas del Foro Sol de la Ciudad de México.
            Pese a ello, el grupo tuvo esta vez a bien ofrecer un concierto mucho más sobrio que el del Corona Fest, quizá con la intención de evitar verse maniqueístas, pero sin lograrlo, porque el contenido de su poca discografía (“Turn On The Bright lights” del 2002; “Antics” del 2004; “Our Love To Admire” sacado al mercado en el 2007 e “Interpol” 2010), aún los hace ver como una banda que puede dar el salto definitivo y no como ellos desean verse, como unos rockstars.
            Insisto en que el concierto de Interpol del último martes del mes de junio fue sobrio y consistió en sencillamente una fecha más de su actual gira. En esta ocasión, la banda sólo se dedicó a tocar y evitar a toda costa la parafernalia escénica muy utilizada en los masivos. Con tan sólo dos pantallas, 20 rolas, iluminación ad hoc, sonido opacado y hueco por la acústica del Palacio de los Deportes y una buena interacción con el público fueron suficientes para que Interpol se pasara una velada sin contratiempos.
La raza llevaba celulares para registrar algún video y algunas rolas, bebieron cervezas, compraron recuerdos (playeras, vasos, ceniceros, algunos videos piratas y oficiales) y se la pasaron bien en plena temporada de lluvias. Quizá fue un concierto más para muchos, para otros consideramos que falta compromiso de parte de una banda como Interpol, que si bien hizo lo propio, aún no termina por apretar, por convencer para dar ese salto para permanecer en el subconsciente.
La voz de Paul Banks, si bien es el eje motriz de Interpol, la música de estos neoyorquinos sigue siendo para mi muy maniqueísta, por eso estoy completamente de acuerdo con ellos en que no deben compararlos con bandas como Bauhaus y Joy Division, quienes apasionaban al escucha, sometían a sus seguidores con tanta fuerza que jamás olvidabas una presentación. A Interpol hay que obligarlo a mejorar. Yo sé que lo harán. Ojalá sea pronto, porque ese vacío dejado en mi subconsciente debe desaparecer. Hasta la próxima.


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