Félix Morriña
Supe la noticia del crimen del amigo jaliscience, poeta y
traductor del italiano al español Guillermo Fernández García (1932-2012) muchas
horas después de que otro poeta, amigo y compadre Pedro Salvador Ale nos dejara
a mi actual casero y compañero de farras, Eduardo Ceballos, y a este interlocutor
en la colonia Independencia-Meteoro, pasadas las 13 horas del sábado 31 de marzo,
justo minutos después de que su cuerpo sin vida y con certero golpe en la cabeza
fuese encontrado en la sala de su abrigado departamento, cerca de mi nuevo
hogar. Me “documenté” largas horas después en el Caralibro de su asesinato a la edad de 79 años.
Ale Mazza no quiso acompañarnos
a Metepec al pre-festejo del Bar 2 de Abril, por diversas razones (una de
ellas, llegó a casa sin haber bebido nada la noche anterior y sólo vino a
auxiliarme. Al verme bien se marchó). El destino le (nos) esperaba con terrible
noticia más tarde. Mi inconsciente sólo quería en ese momento una buena dosis
etílica para comprender mi existencia y salvar mi intensa cruda. No daba
crédito a nada en ese momento para ser honestos. No entendía nada, porque
también me estoy recuperando de un asalto, luego de tantos años. Aún tengo miedo,
al grado de que mi colega, amiga y ahora vecina de Radio Mexiquense, Gabriela
Cabral, me diera un aventón a casa luego de la clausura de la Gira de
Documentales Ambulante que se dio cita el jueves en un bar de Tecnológico y
Tollocan. Gracias.
Para el nacido último sábado de
marzo estaba dándole continuidad a una borrachera del viernes en el Landó en mi
casa con mis colegas Cecilia Juárez, su pareja Ganem y otros fantasmas.
Veníamos de ver y escuchar al Sr. Bikini, Puerquerama y Sonido San Francisco
(los dos últimos celebrábamos el éxito vivido en el Festival Internacional Vive
Latino de una semana antes). Ellos se fueron antes del amanecer. Yo me quedé
hablando por teléfono al intelectual Enrique Monge, a mi amiga Jacqueline
Rocha, a mi “jefe” Mario Medina y a tantos otros que les molesto cuando me va
bien o cuando me va mal y les dedico canciones telefónicas por su amistad;
pésima costumbre si no se tiene dinero o recursos extras.
Al maestro Guillermo Fernández,
le llamaba para dedicarle canciones de baladas italianas, tarantelas u otro
recurso musical del país de la bota. Nunca puso objeción. Al contrario, me preguntaba
si quería que nos viéramos más tarde para retomar los tragos, siempre y cuando
tuviéramos tiempo. Cuando por fin tuve línea telefónica, me prometí decirle cuál
era mi número. Ese día nunca llegó. Hace casi un mes le llamé para vernos y
tomarnos un Caballo Cerrero, el tequila
que siempre puso frente a mis ojos cuando le visitaba. Tampoco se dio esa nueva
cita. Ese tequila lo bebió durante su estadía el maese escritor argentino en
Europa, Julio Cortázar, a quien conoció bien Fernández y siempre me lo
recordaba, para que nunca olvidara lo especial de la cita.
He leído bastante sobre lo
sucedido, sin tener nada claro aún. No estaba en condiciones de creer nada, hasta
que desperté el domingo antes del medio día en casa (ni al estadio fui a ver
perder al Toluca ante Santos, con todo y bronca con la hinchada local), cuando
todos daban a conocer incongruentemente la noticia. Algunos medios daban a
conocer un crimen sin nombre y apellido en la colonia Científicos; otros decían
que se trataba del maestro, pero descartaban robo-asalto en su propio hogar,
porque no se llevaron nada de valor, incluyendo dinero en efectivo que había en
la casa. Nadie decía si se tratase de un crimen pasional por la conocida
homosexualidad del maestro desde la época en que era secretario particular del
escritor contemporáneo Carlos Pellicer. Nadie ha sido objetivo. Ni yo. No
puedo. No se me da ahora. Ni creo poder. Escribo porque no aguanto lo que
traigo dentro.
Como han escrito varios de mis
colegas y amigos, lo único que quiero decir es que se haga justicia pronto. La
Procuraduría mexiquense no ha dicho nada, al igual que de los ejecutados y
descuartizados en la avenida Pino Suárez. Sólo dicen saber, pero no esclarecen
nada, ni informan nada. Nada de nada. ¡Imbéciles! Si desean saber quién fue
Guillermo Fernández García les transcribo lo que la fotógrafa y promotora
cultural Luz del Alba Velasco dio a conocer recientemente, para que tengan mejor
contexto de la figura cultural que perdimos:
“Los poetas están para nombrar
y volver a nombrar como quieran. Guillermo Fernández fue un reconocido poeta
tapatío, curtido en la capital de la República y hermanado con la legendaria
Florencia, Italia, en sus años mozos y de donde se convirtió en el máximo
exponente de la traducción literaria en la lengua italiana. Guillermo fue maestro
de maestros, con un humor inigualable e inteligente, un amante de la vida como
muy pocos. Él afirmaba que la ‘poesía no sirve para nada’, sin embargo con él
aprendimos amar la verdadera poesía. La palabra… el acto solemne de la palabra
desde sus palabras.
“A muchos nos distinguió con su
amistad y con sus enseñanzas. Cuando uno le preguntaba sobre su legado, él
enfático decía: ‘Yo no soy maestro de nadie, la gente aprende lo que quiere aprender.
No soy un hombre de muchas palabras, para qué te digo cosas, que después vas a
cambiar’.
Guillermo se desempeñó como poeta,
ensayista, traductor y editor. Ganador del Premio Jalisco de Literatura. Su
obra publicada fue: Visitaciones
(1964), La palabra a solas (1965), La hora y el sitio (1973), Antología poética (1981), El reino de los ojos (1983), Bajo llave (1983), El asidero en la zozobra (1983), La flor avara (1989), Imágenes
para una piedad (1991) y Exutorio
(1991). Además, estaba a cargo de la colección La Canción en la Tierra, de la
Subdirección de Publicaciones del Instituto Mexiquense de Cultura (IMC), en la
cual ha publicado Lighea. Un siglo de
cuento italiano, Poesía de San Juan
de la Cruz y La amorosa iniciación.
Mordiéndose la piel labial en
señal de rabia, nos despedimos del maestro con sus palabras publicadas en un
medio de circulación nacional: “Pese a su naturaleza eminentemente personal, la
poesía no es una tarea fácil. Para muestra, basta observar cuidadosamente los
poemas de Octavio Paz o de Pablo Neruda. Tras la sencillez de las palabras y la
cadencia, a veces hipnótica, de los versos, perviven un conjunto de conceptos
que, de una manera u otra, apelan a nuestros placeres y nuestras reflexiones; a
la sensibilidad humana y a nuestra capacidad innata para percibir el asombro y
la belleza”.
Hasta siempre maestro.
Consumatum Est.
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