Félix Morriña
Te
la debía adorada Yaya. De hecho te debo tanto que no sé ahora como
corresponderte. Te he fallado decenas de veces y tú continúas ahí, como pagando
el precio, como viviendo un tango continuo, largo, intenso, amoroso, sufrido,
como la vida misma; pero también valioso, alegre, divertido, intelectual,
emotivo, enamorado, y sobre todo, exitosamente sensual, sexoso, erótico. Te
exijo cada vez más porque soy incansable, insaciable, “el hombre del nunca es
suficiente”. Tú llevas el ritmo de esta relación, cual tango piazzollano
mezclado con Bajo Fondo Tango Club, pero muchas veces sacas a la “Muñeca brava”
de la Adriana Varela para reclamar, sacar la casta, mostrar la parte
intensamente femenina del tango, porque es debido, porque debes hacerlo, porque
debes sobrevivir al drama, a la fatalidad sentimental de esta historia.
Nuestra vida, nuestra relación, en
definitiva es un tango, a veces instrumental, tan melancólico, sensible, amoroso,
frustrado, hiriente, “morido” como poema del vate argenmex Pedro Salvador Ale,
y otras tantas, como un berrido gardeliano, como el eco de la mar embravecido,
tan porteño, como visceralmente urbano, citadino, defeño y castroso como canto
de Cacho Castaña. Pero sobre todo, este mundo creado en torno al tango nos
permite crecer, estar, pensar a futuro con tiento, con paso firme, con
decisiones concretas. El tango nos permite vivir tan intensamente que se
desborda a sí mismo, se mata en cada interiorización, se revive, se niega a
morir, se levanta de inmediato, y no al tercer día, con o sin Lázaro.
Por eso, la noche del viernes 5 de julio
en El Lunario del Majestuoso Auditorio Nacional, nos dimos a la tarea de
cumplir con una cita pendiente con el maestrazo César Olguín y su Orquesta
Mexicana de Tango (OMT), quienes nos habían invitado con anticipación y pese a
todos los bemoles vividos, ahí revivimos otros calores, otras intenciones.
Fuimos testigos del quinto aniversario de su formación con un recital que
disfrutamos al máximo, gracias al contenido de sus tres hostias plateadas:
“Orquesta Mexicana de Tango”, “El tango de México” y el recién estrenado
durante la velada, “Tango que me hiciste mal”.
Te mostrabas satisfecha a pesar de
los recientes disgustos. Me mirabas de reojo o te hacías la interesante
diciéndome que querías escuchar sin interrupciones el concierto. Yo hice caso
omiso, porque tenía las de ganar, como lo hacen los arrabaleros del tango, el
género argentino reconocido a nivel mundial que ha sido fortalecido por el
espíritu mexicano, aunque a muchos ortodoxos les disguste.
Veías
con duda de experta a los bailarines Valeria Lorduguin y Cristian Sánchez,
quienes acompañaron a la OMT durante el festejo, pero al final aplaudías discretamente
porque a mi parecer lo hicieron bien. Para mí, el histrionismo de la bailarina
Lorduguin, bautizada esa noche como "La Uruguaya", se hizo valer
sobre el exigente entarimado de El Lunario. Su belleza física también destacó.
Su espigada figura permitió a los presentes aferrarse al aplauso en cada cuadro
coreográfico mostrado esa mágica noche.
Por
su parte, el bandoneonista argentino, asentado en México desde hace varios
años, César Olguín, ofreció un emotivo concierto de aniversario de su Orquesta,
donde intervino en cada bloque de tres canciones de su programa "Tango que
me hiciste mal", para hacer bromas con el público y luego interactuar con
un sentido del humor como pocas veces le he visto en años recientes. La
solemnidad fue la gran ausente esa velada. El humor blanco y negro-irónico se
le da muy bien al argenmex. “Una noche para no olvidar ¡che!”, me dije hacia
mis adentros y empecé hablar como me enseñaron en Córdoba y Buenos Aires,
Argentina, sólo para volver a sentirme en mi otra casa, mi otra nación, mi otro
hogar.
La
OMT sacó de pronto el as bajo la manga para mantener el exquisito y sensual ritmo,
presentando al artista invitado de la noche: el cantante Pablo Ahmad, quien
interpretó varios tangos con tintes mexicanos. Incluso uno muy sentido para
esta nación que acogió tan bien al género argentino por excelencia. La
presencia de Ahmad sobre el escenario lució contundente, al igual que su
potente voz.
También
hubo otra sorpresa esa noche, César Olguín presentó a Clara Stern, con un
doctorado en Letras, como la primera bandoneonista de México, como una artista
completa y con grandes virtudes. En el instrumento nos lo dejó en claro la
atractiva ejecutante. Habrá que agregar a las sorpresas algunos temas
interpretados esa noche, que van más allá de los clásicos del tango, como “Mil
ochocientos noventa y nueve”, dedicada a Jorge Luis Borges. Olguín la tituló
así en honor al año de nacimiento del escritor de “El Aleph”. Tocaron “El otro
camino” de Rodolfo Mederos y la sentidísima “Júrame” de María Grever. Se
estrenó esa noche “Sirena de mar”. Hubo mucho para suspirar.
Ya
en camerinos, el director de la OMT y líder del proyecto musical de tango
mexicano, César Olguín, dijo que tras esta actuación en El Lunario se darán un
merecido descanso, porque fue exhaustiva la sesión de grabación del disco, los
ensayos y sobre todo, porque los integrantes tienen compromisos pendientes con
las orquestas con las que además tocan. Espera estar listo para presentar el
contenido del nuevo disco "Tango que me hiciste mal" en los
festivales culturales de octubre, como el Festival Internacional Quimera de
Metepec. ¡Ojalá se concrete!
Luego
de ese recital, recorrimos una parte importante de la ciudad capital, mi
enfermiza y amada vieja “ciudad de hierro” como le llamaba cariñosamente
Rockdrigo González. Anduvimos como tangueros, recorriendo las calles llenas de
prostitutas, caminando entre museos cerrados de placer, entre herméticos
silencios y estereofónicos gemidos. Terminamos el tango como se debe y
revivimos la llama como siempre, más allá de los reclamos pertinentes. Y al día
siguiente, una vez más a vivir el tango, tan sensible, tan llano, tan germinal,
tan rudo. Y de nuevo, a mover las muinas, los dolores de parto, los enojos
entripados, porque en definitiva lo que nosotros vivimos interminablemente es
un tango, el tango de la vida, del amor, del siempre, del otra vez, del empezar
de nuevo, una y otra vez, hasta que volvamos a bailar, hasta que volvamos a
nacer, hasta que volvamos a cantarle a la muerte a que se espere “La eternidad
y un día”, como diría el cineasta griego Theo Angelopoulus. ¡Thanks For Yaya!
Twitter:
@fmorrina
Facebook:
Félix Morriña
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